En noviembre del 2013 murieron un niño de 8 años y su madre de 49 años al caer en las aguas de la creciente de la quebrada la Trompeta, en el barrio Divino Niño de Ciudad Bolívar, en Bogotá. El hecho se presentó porque el niño y su madre atravesaban un puente artesanal que al carecer de las condiciones de seguridad necesarias y a causa de las intensas lluvias de ese momento, el niño fue arrastrado por la corriente, razón por cual la madre al ver esto se lanzó heroica y valientemente para tratar de salvarle la vida, pero lamentablemente los dos murieron.
Inicialmente esta tragedia fue dada a conocer por el Cuerpo de Bomberos de Bogotá en su cuenta de Twitter; posteriormente, José Perdomo, el coordinador de emergencias del Fondo de Prevención y Atención de Emergencias (FOPAE) señaló lo que posiblemente ocurrió; después, buzos especializados del cuerpo de Bomberos de Bogotá encontraron los cuerpos del niño y la madre a 4 kilómetros de distancia el uno del otro, el alcalde local brilló por su ausencia y finalmente Gustavo Petro prometió un puente en la quebrada donde murieron madre e hijo, no sin antes hacer una reconstrucción de las razones y justificaciones por las cuales no había sido construido el puente, dejando claro que la responsabilidad no era de su administración sino de las circunstancias y olvidando que más que discursos lo que se espera de un funcionario del poder ejecutivo es un trabajo honesto, serio, rápido y eficiente. Finalmente nadie en la administración de la Bogotá Humana asumió la responsabilidad por esta tragedia, los medios de comunicación jamás volvieron a hablar del tema, nosotros los ciudadanos seguimos con nuestras vidas y así, esta tragedia quedó en el olvido.
Olvidamos también que quienes ocupamos este pequeño espacio en el universo compartimos la misma fragilidad frente al dolor, que nuestra existencia y la de todos los seres humanos es un milagro que debemos valorar y proteger con acciones, no con palabras. Hemos caído en la trampa de los análisis cuantitativos, en los que la perdida de la vida de dos personas, entre una población de cerca de ocho millones es algo marginal, como si el valor de un ser humano pudiera ser reducido a una cifra. Dos seres humanos perdieron la vida a causa de la mala administración pero a nadie le importó, sobraron las excusas… faltaron las respuestas.
Este es uno de los muchos casos que se presentan en nuestra ciudad diariamente, una a una, estas historias pasan frente a nosotros como parte de la rutina diaria. Indudablemente hemos perdido nuestra sensibilidad, ya no valoramos la existencia del prójimo, hemos perdido la confianza en las instituciones, en la ley y en las personas. La injusticia ha desanimado nuestro espíritu cívico, pareciera que lo más lógico fuera que cada uno se preocupe por su bienestar, sin asumir como propios los desafíos colectivos, porque la política dejó de ser una actividad ejercida por personas y colectividades interesadas en sentar precedentes de buena administración, de capacidad de respuesta frente a los problemas siempre crecientes y cambiantes que nos aquejan. Ya no se buscan acuerdos, la violencia y los agravios se han vuelto moneda corriente entre funcionarios públicos, líderes de opinión y ciudadanos, cambiamos la discusión constructiva por la oratoria pendenciera, mientras que millones de personas claman por un mejor sistema de salud, por una mejor educación, por mejores condiciones de seguridad, por un mejor sistema de transporte, por más y mejores oportunidades laborales. Se olvidó también que el desarrollo económico es necesario para vivir de manera digna.
Necesitamos re-significar la política y la función pública, para hacer de ellas instrumentos que nos ayuden a privilegiar el bienestar colectivo para acabar con el personalismo que nos distrae y pone el foco de atención en personas y grupos políticos con nombre propio, mientras nubla y desvanece el protagonismo que deberían tener los temas referentes a la calidad de vida de millones de personas humildes y anónimas que día a día se levantan a luchar por su vida y por sus sueños en esta gran ciudad, que pagan el costo de la ineficiencia de funcionarios indolentes que no han entendido la dimensión de sus responsabilidades y el impacto que sus acciones y omisiones tienen en la vida de personas maravillosas, hombres, mujeres y niños que no pueden vivir a plenitud el milagro de la vida y cuya voz no logra ser escuchada por el ruido del espectáculo deportivo, las discusiones intrascendentes de los líderes políticos y los demás temas que nos entretienen y nos alejan de la posibilidad de vernos, oírnos, entendernos, valorarnos, respetarnos, querernos y comprender que el bienestar de los demás también es nuestra responsabilidad, olvidamos mirar con el corazón a quienes al igual que nosotros comparten esta condición humana.
En el célebre discurso que dio el Presidente Mujica ante la ONU decía que: “No podemos manejar la globalización, porque nuestro pensamiento no es global. No sabemos si es una limitante cultural o estamos llegando a los límites biológicos”. Debemos preguntarnos ¿cómo pretendemos dar respuesta a los problemas de carácter global si no hemos podido resolver nuestros problemas a nivel local, distrital, regional o nacional?, ¿Cómo pretendemos dar respuesta a problemas que matan a millones de personas si no somos capaces de sentir dolor por la muerte de una madre y su hijo, ni darle respuesta a los hechos que causaron su muerte?, ¿Cómo podremos construir una mejor sociedad desde nuestras acciones si seguimos pensando que el único dolor que existe y que hay que evitar es el nuestro, como si los demás no sufrieran?. Nos queda el interrogante sobre cuál es la clase de limitante que ha hecho que perdamos la capacidad de sentir el dolor ajeno: ¿es una limitante moral, conceptual, biológica?, ¿Somos una sociedad en decadencia? , ¿Dónde quedó la responsabilidad de los gobernantes para con sus gobernados?, ¿La lucha por el bienestar individual le ha cerrado espacios a la lucha por nuestro bienestar colectivo?, ¿Los ciudadanos debemos afrontar solos los problemas de nuestra ciudad sin la ayuda de los partidos políticos, líderes del sector privado y de los servidores públicos?, ¿La buena imagen de los gobiernos está por encima de la construcción real de una mejor sociedad?, ¿Qué podemos hacer para priorizar los objetivos colectivos de largo plazo por encima de los intereses individuales inmediatos que nos distraen día a día?, ¿El valor de un ciudadano es directamente proporcional a su nivel de estrato socio – económico?
Mientras encontramos la respuesta a estas preguntas, todos y cada uno de nosotros deberíamos avanzar desde nuestro campo de acción, desde nuestra ciencia, arte u oficio, por modesto que sea, e implementar soluciones reales a los problemas que nos afectan evitando caer en análisis y discursos críticos, vehementes y pretensiosos que en nada transforman las problemáticas planteadas porque no tienen anclaje en la realidad.
Nos corresponde aprovechar de la mejor manera los recursos materiales e inmateriales que Dios nos ha dado para hacer que nuestra ciudad siga siendo un escenario de oportunidades, donde sea posible alcanzar nuestros sueños, donde florezca el ser humano y donde la mediocridad y la indiferencia no encuentren espacio para ahogar nuestra calidad de vida. Debemos entender que la solución a nuestros problemas está en nuestras manos y solo con optimismo, disciplina, creatividad y honestidad podremos avanzar, porque tenemos la capacidad de superar las situaciones que nos afectan y que nosotros mismos hemos creado, créanlo, entre todos podemos. Tenemos que advertir que nuestro bienestar nunca será completo si nuestros conciudadanos afrontan dificultades, de allí la importancia de hacer lo que esté a nuestro alcance para mejorar la calidad de vida propia y ajena, en materia de desarrollo económico y de crecimiento personal, impregnando nuestro entorno con un comportamiento cívico y dando ejemplo con nuestros valores. Al construir un mejor entorno para todos con más y mejores oportunidades podremos cerrarle espacios a la cultura del dinero fácil y del menor esfuerzo, que tanto daño nos hace al crear desidia en nuestros jóvenes y fortalecer las estructuras delincuenciales.
Esta lamentable tragedia nos debe recordar la importancia del compromiso, el trabajo y el esfuerzo colectivo, ya que no podemos aceptar que en nuestra ciudad mueran personas a causa de la desidia institucional. En esta tragedia sobraron las argumentaciones acomodadas para escurrir el bulto de la responsabilidad por la falta de acciones, pero faltó una muestra seria de responsabilidad por parte de la administración. Faltó una muestra vehemente de solidaridad por parte de toda la ciudadanía para con esta familia y está pendiente una acción de justicia en la que los responsables de estas muertes asuman su responsabilidad. Pero por sobre todas las cosas nos queda el desafío de crear las condiciones para fortalecer en cada uno de los actores sociales su responsabilidad en la construcción de una cultura del Bien Común.